martes, 10 de abril de 2012

Elejía a la chica fina

Y fue aquella noche, fue entonces cuando supe que era ella, el ser que iba a otorgarme los días más felices de mi vida, teniendo como punto de partida aquella noche, pues fue cuando el destino me guío tras el paso de la suerte hasta ella. Quizás parezca una locura, y puede que incluso lo sea, pero la vida, sin pasar los límites de la cordura, no es más que un patio vallado desde el que sólo se puede ver la libertad y el horizonte observando lo triste que es ver vivir tan limitado. 

La conocí una noche de verano, ya antes me habían hablado de ella e incluso visto en otras ocasiones en los brazos de otro, sin embargo en esos tiempos a mi no me importaba, porque ¿Qué iba a hacer yo con ella? Pero aquella noche todo fue distinto, todo ocurrió como si hubiera planeado y organizado por fuerzas externas mi cita con ella. Admiro el valor que tuve al acercarme ella, pues en la garganta tenía tal nudo que pensé en cambiármela por otra de belcro, sin embargo seguí hacia delante, hipnotizado por ese agradable aunque un poco fuerte olor suyo. Ella estaba apoyada en la pared con una naturalidad rebosante, ¿Quién pudo dejar semejante belleza así de sola y descuidada? Fueron varias las veces que tuve que inspirar y espirar antes de articular palabra, que para cuando ocurrió, no pude evitar tartamudear puesto que los nervios me golpeaban con la fuerza de tifón en el estómago. Fueron eternos los minutos que pasé a su lado hasta que decidí pasar a la acción, pues su silencio y ausencia de palabras eran un claro signo de que ella no estaba para perder el tiempo con preliminares absurdos, así que la tomé por su delgado cuerpo y la miré fijamente; la cercanía que había entre nosotros era exagerada hasta el punto de que el propio aire se quedaba atascado. No fue hasta que me acerqué tanto cuando empecé a apreciar sus rasgos; esa finura, digna de una delicada figura de porcelana que le daba ese toque de elegancia que hasta una dama de honor sentiría envidia; ese cabello rubio dividido en anchos mechones del color del sol; el tacto que ofrecía al tocarla daba la sensación de ser frágil a la vista, pero dura en verdad cuando la tocaba. Y entonces, la incliné como si me apoderase de ella y no pudiera ofrecer ninguna resistencia dejándose llevar, y comenzamos a bailar, bajo aquella luz de bombillas alargadas que daban la perfecta iluminación para ver el rastro de nuestros pasos en aquella sala poco espaciosa en la que agradecía estar con ella, pues no necesitaba un lugar más grande. Bailamos durante horas, tanto que nuestros pasos hicieron de aquel suelo un reluciente espejo en el que se podía ver a dos figuras danzando como si fuesen uno, atrayéndose como si de imanes con distintos polos se tratase. Las horas pasaban como segundos y yo no me cansaba, al contrario que ella puesto que con todo lo que habíamos bailado empezó a sudar y a volverse más escurridiza. Una noche memorable, si yo fuera matemático podría decir que la quiero al cubo. Sin duda alguna la mejor velada con mi fregona.

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