jueves, 22 de marzo de 2012

Un hombre de palabra

Y entonces lo entendí todo, cuando estaba frente a toda aquella masa llena de vida con la cual podía mover montañas si quisiera, sabía que podía hacerlo y nadie podría impedírmelo, notaba como en mis ojos, una chispa que surgió con el roce del coraje y el valor, se convertía en ardientes llamas que prendieron mi corazón con la motivación suficiente para apagar el sol de un soplido. Todo esto me hizo entender y creer firmemente, en la fuerza de las palabras. Una fuerza que aunque no muchos puedan ver la ilimitada capacidad que estas tienen, puede llegar a dejar tal marca en la emoción de un ser humano, que esta esté presente durante mucho tiempo. Con las palabras no sólo construimos frases, hacemos de su uso todo un arte, pues tenemos total control para manipularlas de cualquier forma a nuestro antojo dándonos la libertad de influir en aquello que queremos expresar. Es tal la fuerza que tiene una simple agrupación de letras y sonidos que haciendo un uso elocuente de ellas podemos llegar a la meta que nos propongamos según el uso y el fin para el que las queramos. A decir verdad, es a partir de las ideas que de nosotros nacen con las que logramos un resultado, pero estas deben, de alguna forma, ser expresadas, y es través de las palabras cuando se provoca el chispazo para movilizar la situación y encaminarla a la meta que uno desee, pues por mucho que tengamos una idea brillante si no hay un medio por el que dar a conocer que nuestras ideas vivas de nada sirve ya que las palabras son las perfecta canalización de lo que en nuestro pensamiento florece; es increíble el alto nivel de influencia que tenemos para manipular la forma de expresarnos, pudiendo elegir que efecto queremos darle a lo que de nuestros labios va a salir e invadir el silencio esperando a ser roto por ello. Las palabras tienen su propio núcleo, en el cual no podemos influir, aunque si en su forma, pues la manera en cómo podamos pronunciar algo puede anunciar algo más de lo que la propia palabra pueda decir, es por esto por lo que podemos considerar a las palabras como la rueda que gira en torno a su propio núcleo y que dependiendo del punto en el que se pare, un significado adicional será el que aporte vida a lo que estamos diciendo, pues es cuando hablamos el momento en el que estamos más vivos y mostramos nuestro propio núcleo que a través de las palabras se hace conocer y nos otorga la capacidad de ser lo que somos. Llega al punto de ser increíble el potencial de lo que por nuestra boca, transformado en sonidos articulados, puede salir, pues las palabras pueden llegar a atormentar al hombre más feliz, y salvar la vida del atormentado, pueden conmover al más estoico y fortalecer al más sensible, ellas mueven todo lo que en nuestro interior producido por los sentimientos nace, son la mecha que conecta el detonante de nuestras acciones, se amoldan a lo que sentimos y las soltamos esperando una respuesta por parte de quien las ha recibido. Gracias a ellas alcancé el conocimiento de lo que se puede hacer hablando, gracias a ellas me convertí en alguien que con un sonido articulado por los labios, podía lograr lo que fuese, gracias ellas me convertí, en un hombre de palabra.


Dicen que una imagen vale más que mil palabras, sin embargo, no hay sentido en tan sólo usar un sentido, pues la vista es la que juzga la imagen, en cambio las palabras son apreciadas por el oído y juzgadas por el corazón.

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